martes, 22 de abril de 2014

Activamente escuchando, la presencia de la ausencia.

Amanda Nuñez - El Faro Crítico

Proferir
Expresarse
Hacer
Rápido
Ya
Otra vez
No nos oyen
¿Quién?

¿Cuánto tiempo hace que no escuchas?, ¿cuánto tiempo hace que al leer te abstienes de realizar un movimiento de asentimiento con la cabeza cada vez que estás de acuerdo o de negación o reprobación cuando no lo estás?, ¿cuándo presentaste una incertidumbre y quedaste callada?

¿Cuándo, con un esfuerzo enorme, titánico, acallaste y recibiste…y no te inclinaste…salvo para oír mejor?

La actualidad está plena de debates: hay debatólogos, en las asambleas, las calles, los trabajos, los grupos de amigues. Alguien siempre tiene algo que decir, se entrecortan las conversaciones, se acaban las frases de los otres, se escribe más aprisa para que no se roben las ideas propias, se sale a la calle a gritar, que no nos quiten la voz, hay que dar la voz, con banderas, presentes todes en todo, expresar los amores, los disgustos, las injusticias.

Presencia continua
Hacerse presente
Hablar

Nos obligaron a estar informadas y a expresarnos, sin que nadie oiga…porque nadie oye.

Un debate muy interesante recorre estos últimos días: representación/presentación. Ausencia/presencia, ¿cuál es la verdadera democracia?

Falta lo que siempre falta, lo más difícil: ¿Escuchar es estar presente o ausente…o quizá peor: representada?

Si pensamos despacio notamos que para escuchar se requiere presencia, a veces hasta muy cercana…para oír mejor; pero el tiempo nos dicta que hay que hablar, si no, te representan y ¡eso es inconcebible! Luego, presencia es “hacerse presente en actividad mostratoria de tu presencia” o, mejor dicho, representar tu presencia.

La ausencia, otro tanto: hay que participar, hay que estar; cómo mostrar que se está: mostrando. ¿Se podrá estar por carta?, ¿están los autores de los textos?, ¿estamos todes?, ¿quién falta?, ¿quién tiene la lista del 99% para poner esa falta?, ¿la tierra está?: parece que la tierra no habla en las asambleas, hablemos por ella, mejor, démosle voz; el ¿porvenir está?, no, parece que tampoco: llevemos a las niñas, decidamos en su nombre, no abortemos para llevar la vida atrapada con nosotras (por su bien, para que tengan voz y visibilidad)

Pero, ¿quién hacía eso? Parece que eso lo hacen quienes no queremos ser…pero, ¿somos quien queremos ser? Si hay presencia representada de nuestra presencia y presencia representada del porvenir ni siquiera sabremos qué queremos, pues estaremos contándolo a la vez todes sin escucharnos en el mismo lugar. Y ¿podrá haber algo diferente (no nuevo, ni viejo) si no escuchamos?

Escuchar no sólo es oír, es hacer el esfuerzo tremendo de poder escuchar, de filtrar, de callar, de no sólo reaccionar…en definitiva, de que se pueda hablar.

 ¿Desde cuándo hablar y producir son activos y escuchar y recibir son pasivos?

Cómo hacer esto ahora, ya, con la urgencia, vertiginosa, tras tantos años calladas sin escuchar o hablando y haciendo sin escuchar.

No lo sé.

Estoy escuchando, a ver si se oye el silencio y, en el silencio, escucharemos.

Esto no significa que haya que dejar de hacer, ni de hablar, ni de salir…pero ¿cómo discernir el salir a la calle de no hacerlo si no hemos dejado de estar en ella?, ¿cómo se diferencia una manifestación de ir de compras?, ¿por las banderas como las bolsas de marca?, ¿por la diferencia de cada grupo como cada marca libremente escogible en nuestros supermercados ideológicos de izquierdas autistas porque no supieron escuchar?, ¿por la intención inefable de quien va para no quedarse atrás en la aparición estelar de no dejar de estar donde hay que estar?...pero ¿esos van auténticamente?, ¿están auténtica y presentemente representados en su presentación?

Vamos más allá de la presencia; a la representación de la autenticidad de la presencia. Que es eficaz, lo sabemos, que basta con ello…sabemos que no. Todo el mundo habla de articulación pero nadie la escucha.


No se trata de dejar de hablar, de hacer o de salir; es darnos la oportunidad de poder hacerlo.

¿Cómo se puede hablar, hacer y salir y, a la vez callar, escuchar y ausentarse para que les otres puedan también hablar, hacer y salir y no colapsar el lugar?

¿Podremos dejar hablar sin cortar esa conversación?

Y la parte que viene es la más interesante del texto. Léela, por favor, con atención. El tiempo que requieras es inversamente proporcional a tu preparación: si tardas más, lo haces mejor.


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Y si esto parecen juegos de palabras o tomaduras de pelo, quizá lo son…párate a pensar por qué.

viernes, 11 de abril de 2014

La fortuna y la muerte llaman a nuestra puerta…


Amanda Núñez García - El Faro Crítico
Ciclo15M Tercer Aniversario

La cueva y la muerte
Hay algo ahí fuera, íntimo para nosotrxs pero absolutamente indisponible que siempre se ha llamado phýsis, naturaleza, exterior, espacios, paisajes, mar, tierra, etc. Incluso, si nos fijamos bien, algo como nuestro cuerpo, el inconsciente, la salud, la enfermedad que nos atraviesan, los acontecimientos, la fortuna o la muerte también son de esta “naturaleza”. Con-vivimos con ellos y ellos nos con-viven.
De esta con-vivencia han salido muchos de los términos que manejamos en nuestra cotidianidad. Resuena debajo de ellos algo que no nos pertenece y que, por ello, nuestro afán de control ha eliminado u ocultado de entre sus connotaciones. Esa huída de las connotaciones lingüísticas de muchos términos de la lengua que muestran aquello que no podemos controlar es paralela y sincrónica al intento de deshacernos de la misma muerte, del dolor, de la enfermedad, de la fortuna…de la naturaleza.
Si pensamos en términos como “economía” y “ecología”, como nos hace notar Jean-François Lyotard[1], ambos refieren a “oikos”, es decir, término griego que nombra casa, lugar, espacio donde habitar, donde con-viven nuestras vidas y las de todo lo otro: los animales, las plantas, lo divino que hay en toda vida, las montañas, los mares. Si pensamos en “ética” y “etología”, comprendemos que hay un “ethos” debajo, es decir, otra vez un hogar, una cueva, un espacio que se construye y que, tal como trata  la “etología”, ese espacio no es otra cosa que un conjunto de relaciones, de ritmos, de baile de unxs con otrxs, también con las montañas cuya tierra nos da las cuevas de las cuáles el “ethos” mismo es parte, como apunta Gilles Deleuze con Aristóteles[2]. Si pensamos en “comunidad” frente a “inmunidad”, como hace notar Roberto Espósito[3], nos referimos a un “don”, a algo que siempre viene de fuera o, por el contrario, de la inmunización a ese don …es decir, como el cuerpo se inmuniza de algo externo que lo ataca, la co-munitas puede hacerse in-munitas y no aceptar ese exterior que tan pronto puede matar como alimentar…Quizá el miedo a la muerte y la lógica de la supervivencia nos ha llevado a no querer (distinto que desear) cualquier extranjero; llámese a eso inmigrante, tierra, agua, fuego o aire hasta el punto de que moriremos en un ataque de supervivencia, del mismo modo que la asepsia de nuestro tiempo produce más alergias y enfermedades que la mezcla con lo otro no teledirigido. Y si mencionamos la “política” o las sociedades “cosmopolitas”, hablamos de ciudad, otra vez de un espacio de con-vivencia con todo lo otro, llegando a extender esa convivencia al cosmos mismo como bien hacían saber los estoicos.
En todos los lenguajes resuena siempre aquello a lo que acompañamos y que no nos pertenece aunque nos dice y nos hace: el lenguaje, la gravedad, la muerte, el lugar, los tiempos, los ritmos de las placas tectónicas, las mareas, la luna, el sol.
Si atendiéramos a nuestra propia lengua, sabríamos, oiríamos, escucharíamos que siempre se establece una suerte de equilibrio desequilibrado. De ese mismo modo, Michel Serres nos hace notar que lo local y lo global siempre han mantenido ese extraño equilibrio[4]. Aquí o allá podía ocurrir una catástrofe, un imperio…no duraría siempre porque tendría que morir y, a la vez que esa muerte, en otra localidad, ya habría surgido algo nuevo. No cerrar el sistema, dejarlo abierto a su afuera nos otorgaba el equilibrio desequilibrante que daba posibilidad a la vida y a la com-munitas o, mejor dicho, a un verdadero cosmopolitismo.
El problema de nuestra contemporaneidad es que el poder y el control, es decir, la “immunnitas” o inmunidad que tanto se busca y se predica en inmunidad diplomática, asepsia, limpieza, etc. intenta cerrar el sistema de la tierra misma, el sistema de los lugares. Intenta cerrar la cueva para que no entren agentes patógenos, in-migrantes, agua, torbellinos, radicales libres, etc. La idea de la “Aldea global” es esta cuestión y sólo ésta[5]. El problema no era, entonces, tanto la globalidad como que ésta   –que, en cierto modo el cosmopolitismo– se convirtiera en una misma aldea con su policía, en una misma ciudad cerrada a una velocidad cada vez más acelerada…Y ya sabemos que si a una cueva se le cierra todo lo que da al afuera por miedo a lo exterior  –siempre malo– que pueda venir, también la dejamos sin aire y morimos de asfixia solos en nuestro interior voluntarista, eso sí, muy velozmente intercomunicado.
Así pues, el problema de la globalización es convertir en una sola ciudad el mundo entero. Es decir, extender lo local y su paletismo miedoso a toda la faz de la tierra. Extender el localismo que sólo piensa en la muerte y en el control a todo lo que se le escapa en aras a una supervivencia (vivir más allá o por encima de…la muerte). Esto es lo que ha ocurrido de manera muy lenta desde la década de los 60.
Ello tiene muchas consecuencias, las más terribles son: Por un lado que, al utilizar tres cuartas partes del planeta en zonas suburbiales de esa ciudad grande, extensa e higiénica, hemos cerrado el sistema de tal manera que, justo de allí donde se traían los materiales como “materias primas” –pobre materia viva, reducida a material inerte; pobres gentes reducidas a material; pobres aguas, reducidas a material; pobres cuerpos, reducidos a material modelable quirúrgicamente, pobre inconsciente, reducido a material de creatividad, pobre fortuna, reducida a material de aventuras–, se comenzaron a expulsar los residuos de su consumo en esos lugares mismos de donde provenía el material. Material con material en un equilibrio alocado. Cagar donde se come. Cerrar la cueva. Cerrar los espacios. Eliminar las plazas y el espacio de lo político o del vivir-con. Por otro lado, y al hilo de la anterior, sólo se puede mantener un sistema cerrado con una policía deslocalizada que “ponga orden” (el idéntico orden siempre) en todos los lugares. Se necesita entonces, una policía interior, la más trascendente e inasible que haya, a la que no se pueda insultar y que nos pueda golpear sin que la veamos, que pueda generar guerras deslocalizadas y hambrunas, que pueda establecer castigos, que realice ataques preventivos, incluso que pueda rescatar…Dos caras de esta misma policía: el invisible capitalismo de consumo y su faceta visible y salvadora, el FMI. El poli bueno y el poli malo.
¡Por fin encontramos el equilibrio! ¡Por fin fuimos higiénicos y asépticos! ¡Por fin controlamos lo incontrolable! ¡Por fin sólo vivimos con lo humano y sólo con ello, sin irracionalidad, con todos los animales domesticados y con el cielo por controlar! ¡Por fin acabamos con la ecología o el vivir-con sustituyéndola por una economía que ya no es tal sino sólo crematística! ¡Por fin nos comemos nuestros residuos en una autodeterminación radical de nosotros con nosotros mismos! ¡Ya somos dueños del azar o la fortuna! La fortuna ya sólo es una cuestión monetaria.
Pero, la muerte acecha, y al atenderla tanto en cuanto enemiga, como lo que hay que expulsar, pensando como supervivientes, lo que hemos hecho es invitarla al interior de nuestros hogares sin darle posibilidad para que esté en otros sitios y que nos venga a visitar de vez en cuando, al igual que la fortuna o un golpe de aire fresco. Hemos vivido para la muerte en nuestra inmunidad, ¿cómo sería vivir para la vida y, con ello, aceptar la visita serena de la muerte o aquella de la fortuna?

La puerta y la fortuna
Si algo nos han enseñado los desastres marítimos es que el choque de un barco, su ruptura, afecta a lo local tanto como a lo global. El Prestige o Fukushima no sólo fue un drama para aquellos que lo vivieron, para las costas gallegas o las poblaciones japonesas, sino, como siempre ocurre en los ámbitos acuáticos o aéreos donde lo local y lo global están íntimamente unidos, afectó a los mares, a los cielos, a la tierra, a todxs nosotrxs.
Como sabemos, en un sistema fluido, una onda en un lugar local afecta de diversos modos a todos los lugares extendiéndose, a la globalidad del fluido, como cuando en la esquina de un vaso se echa sal, todo el agua se vuelve salada. Antes teníamos la fortuna de que el sistema fuera abierto: lo local era local y lo global, global, interconectados pero diferentes. Había muerte y catástrofes pero se medían por proporciones razonables. Podía matarnos un animal, una ventisca, una hambruna no controlada…incluso un accidente de automóvil o un cáncer de pulmón antes de que nos protegieran tanto de nuestro cuerpo y del inconsciente. Ahora, con la “gran aldea de la humanidad y su policía”, no podemos salir de la localidad global y el Prestige o Fukushima son muestras de ello.
La difícil salida del sistema de capitalismo de consumo que pone y quita dictadores a su antojo y regula la población y la circulación monetaria a base de guerras también lo es. Las materias que hemos convertido en materiales para tapar nuestra cueva y no dejar que nada llame a nuestra puerta por miedo a la muerte han devenido nuestra peor fortuna. Estamos ante pestes mundiales, crematísticas mundiales, en un solo mundo y sin salida.
Pero no todo son malas noticias. Que lo local y lo global se hayan fundido posee sólo un matiz de afuera. Quizá tan sólo es un desajuste, pero esa es nuestra oportunidad. Parece que la fortuna, tímidamente, y ya que la muerte vivía en nuestra cueva, llama a la puerta a través de pequeñas fisuras del sistema…curiosamente, para liberar a la muerte y que pueda ir de aquí para allá sin estar atada al miedo que la tiene secuestrada.
Sabemos que, al igual que las ondas acuáticas o las aéreas, incluso las ondas de la tierra o del fuego se extienden de lo local a lo global…en nuestro caso, de lo local a lo local-global por ser un local mundial. Y en ese punto podemos incidir, realizando acciones locales que puedan aumentar sus ondas a lo local-global y no sea sólo de un modo nocivo-policial. Si ya no nos puede salvar el afuera y su régimen global, al menos romper la Gran localidad o la aldea global pueda ser un modo de abrir la puerta. Y ello parece que sólo puede ser de un modo local concreto, haciendo fisuras de localidad en lo global cerrado para que puedan afectar a la tierra entera. Gran responsabilidad la que nos corresponde en esta época.
Es en este punto donde entran todos los movimientos sociales en los que trabajamos desde hace ya largo tiempo. Movimientos políticos que no sólo se reducen a la representación política de partidos o sindicatos (la peor faceta de esos movimientos por tener que jugar al juego de los poderes), sino que son político-sociales, que trabajan con capas desfavorecidas, con otros países, interfiriendo en los sistemas, movimientos ecológicos, poéticos, okupas, artísticos, filosóficos, movimientos obreros, etc. La constitución de movimientos ha intentado desde hace años –desde la ocupación de la tierra por una aldea paleta global– establecer esas ondas que puedan extenderse hacia una apertura y no una cerrazón policial-capitalista. Esas hendiduras han abierto múltiples puertas para llamar a que un acontecimiento no preparado –al contrario de lo que fue el 11S que derrumbó los escombros en la puerta para que ya no hubiera entradas ni salidas– pueda acaecer y por fin abrir algún espacio. Porque espacio y aire es lo que nos falta. Los Foros sociales han intentado una articulación de los diversos movimientos en orden a que existiera una onda expansiva que hiciera circular los flujos hacia un trabajo común de apertura y no se disolvieran en contrariedades que sólo son consecuencias de un individualismo y una pelea por el liderazgo paleto del barrio dentro de la gran aldea.
Todo este trabajo de base, que no ha sido otra cosa que preparar  y clamar a un acontecimiento desde diversos puntos, parece haber tenido sus frutos. Pero, como ocurre en los acontecimientos, los frutos no son nuestros como la fortuna tampoco lo es. Considerar a la fortuna como una posesión es una cuestión crematística que sólo le ocurre a Bill Gates y a algunas otras mafias. El lenguaje tampoco nos pertenece, ni nuestros cuerpos ni nuestro inconsciente nos pertenece. ¿Por qué necesitaríamos que nos perteneciera el acontecimiento? Si la fortuna llama a nuestras puertas, sólo podemos abrir. Sólo podemos trabajar y seguir trabajando para, entre los escombros, hacer fisuras, dejarla entrar.
Sería entonces difícil pensar en algo como el 15M a la manera de un movimiento. Si un movimiento tiene un origen, un fin, unos objetivos y una trayectoria, como sabemos de todos los movimientos de los cuáles hemos hablado; sin embargo, un acontecimiento es sólo una tímida llamada a una puerta de la fortuna; un lapsus donde el inconsciente y/o la naturaleza o como llamemos en cada caso a lo indisponible que está más acá de todas nuestras palabras, acciones y sucesos vitales, aflora cambiando el tablero de juego y dando una oportunidad.
Si atendemos a F. Nietzsche y G. Deleuze, sabremos que un acontecimiento no es histórico[6]. Los movimientos lo son porque los podemos seguir, los acontecimientos no. Podremos leer y releer los libros de historia buscando por qué una guerra y una hambruna desencadenaron revoluciones y por qué en tantos lugares de esta actual aldea global peores guerras y hambrunas no provocan ni tan siquiera un mínimo cambio en el sistema policial y cerrado de la circulación del capital rodando al infinito, tan sólo lo alimentan. El acontecimiento, como las revoluciones y los lapsus no tienen origen, sólo poseen atmósferas desencadenantes y lugares. Algo como el llamado 15M se da como un lugar de apertura: una plaza; donde los movimientos confluyen dando lugar a un espacio de palabra y acción, de visualización y esperemos que de otros modos de subjetualidad. Un espacio donde, al menos por un tiempo, no hay grupos-sujetos peleando por el domino –ya sea mandatario, ya sea de la palabra, de la conciencia, de la verdad, o del lugar mismo–. Un lugar donde las fronteras todavía no están fijadas porque no se desean ni proyectos ni contornos dados de antemano. Un lugar por fin abierto, una ventana abierta para poder respirar. Esperemos que, a pesar de la cerrazón de sujetos y partidos, siga abierta un tiempo más, al menos para poder tomar aire y volver a trabajar en las profundidades de un sistema asfixiante a escala planetaria o para agrandar la fisura y poder retornar a una di-stancia entre lo local y lo global.
Pero no sólo eso. Si buscamos las causas del 15M no las encontraremos porque no tiene causa, tan sólo, como hemos visto, un ambiente; un medio que se abre a otros tiempos históricos, a otros lugares y que recibe ideas de otros pensamientos, tan antiguos como Grecia, tan nuevos como Grecia.
Cuando algo nos sobrevuela sin trayectoria, sin programa dado de antemano y donde todo el mundo se mira preguntándose ¿Quién inició esto? O, lo que es peor, cuando muchxs reclaman que ellxs lo iniciaron (resquicios de poder), no podemos darle el nombre de “movimiento”, se trata más bien de un acontecimiento[7]. De un abierto que se nos ofrece en medio de una crisis, en las ruinas de una crisis planetaria ¿económica? y ecológica que nos grita que tenemos una oportunidad, que surge algo que es un cuestionar, un abrir, un golpe de la fortuna y un reto…y que es tan frágil que, como no le podamos dar un lugar, muchos lugares, se irá tan rápido como vino, como se van los aplausos una vez pasó la emoción del espectáculo o como se nos escapa la ocasión a la cual pintan calva porque no se la puede agarrar por los pelos y volver a traerla[8].
Como no sabemos de dónde vino este acontecimiento ni tiene dirección establecida de antemano, sólo podemos guiarnos por las luces intermitentes de los faros que encontramos por el camino; de pensamientos, de acciones, de lecturas, de palabras, de estudios, de tesón, de alegría…no podemos repetir idénticamente ninguna revolución, ni siquiera sabemos si esto es una revolución. Aquí un pequeño faro indica algunas sendas y algunos límites para poder pensarlos.
Parece que no podemos caer en programas dados de antemano sin saber siquiera qué está ocurriendo, sabemos que las situaciones son tan complejas que no puede tratarse de una cuestión de adhesión sin más a unos ideales ya dados a modo de productos idénticos en el supermercado ya que a lo que nos llama este abierto de una plaza es a pensar alternativas, no a ser epígonos dogmáticos de no se sabe qué escuelas o comprar el mismo jabón ya sea de una marca que preferimos o de otra más barata quizá. Parece que no podemos intentar quedarnos con lo que no nos pertenece pues este acontecimiento es de todxs y, por lo tanto, nadie es su dueñx.
Pensamos desde aquí que tampoco puede tratarse de tan sólo una indignación, de un movimiento reactivo, pues las reacciones cesan pronto, los movimientos pueden cambiar de dirección, las indignaciones se sofocan, se perdonan o no…pero no permiten construir[9]. Pensamos que tenemos que estar preparadxs para construir, para la gran labor pequeña de hacer lugares, de contar con el largo plazo y con cierta continuidad, aunque este evento cese de ser mediático; pues si no es así, sabemos que cesará cuando las cámaras apaguen sus focos y esta oportunidad o fortuna en el quicio de una crisis se habrá convertido en un espectáculo más entre el fútbol, los escaparates y los fuegos artificiales de fin de año; se habrá consumido y asfixiado entre las paredes de la cueva global[10].

No sabemos si se podrá conseguir hacer explotar este sistema en esta crisis la cual, como todas, es una explicitación clara de lo que hay detrás; pero nos sirve de mucho atender a ella y poder actuar en ella. En primer lugar para poder salir de la Gran Guerra Mundial (de 30 años como dice Hobsbawm[11]) y sus dominios ideológicos y geográficos cerrados y fijos. Para descubrir los tejemanejes del Capital asociado a la perversión de los Estados-Nación los cuales, como las mafias, procuran la defensa de los que se constituyen como tales, pero sólo les dejan constituirse como tales si tienen “crédito”, es decir, confianza para lxs inversores o especuladores, crédito para tener crédito, para tener deuda y, por lo tanto en el mundo al revés, una ficción abstracta que les haga reales, pues en su realidad sólo pueden morir exterminados como en los casos de Palestina, Somaliland, el Sahara Occidental, y muchos otros ni siquiera conocidos ni mediáticos, meros suburbios de la aldea global o zonas oscuras.

Las dos caras de la fortuna
No sabemos nada, sólo sabemos ahora, que no lo sabemos y que sólo nos queda construir, habitar y pensar. Y si no sabemos nada, no podemos decir muchas cosas, sólo podemos plantear problemas y deseos. Deseamos un afuera, un lugar para el deseo, para la alegría, para nosotrxs mismxs, para las relaciones, para la tierra, para el cielo, para las aguas, para la vida con sus tiempos diversos, sus espacios, para las culturas, para los animadxs e inanimadxs. Deseamos poder pensar y cuestionar y poder con-mover a que cambien los vientos con las sacudidas de los movimientos. Deseamos no morir en vida. Deseamos poder hablar y leer a nuestros muertos. Deseamos que no estén teledirigidos nuestros deseos, nuestros recuerdos, nuestros futuros. Deseamos respirar. Deseamos que la vida siga. Deseamos que nada quede como un mero número que sea y no sea en una velocidad vertiginosa. Deseamos la lugares de acontecimientos locales a otros lugares y tiempos y, sobre todo, que pueda haber un afuera y una proporción razonable entre la vida y la muerte. No deseamos la policía metida en nuestras camas ni deseamos comer nuestro detritus por muy brillante que sea el envase.
Pero estos deseos no son nuevos, si algo han hecho las ciencias no del poder, las artes, las filosofías, las vidas cotidianas, los animales, las plantas, etc. es desear siempre poner límites a aquello que se autoconsume en una ilusión de infinitud cerrada que arrasa todo a su paso. No por otro asunto podemos hablar, podemos y debemos hablar y actuar todxs; y la filosofía (el terreno de la que escribe) ha incidido tanto en las ontologías estéticas y políticas por estas cuestiones: porque lo que nos jugamos es el tiempo y el espacio, nos jugamos volver a encontrar lo local y lo global diferenciados, nos jugamos vivir-con (sobre todo con lo otro no humano, con lo etológico) y no a-costa-de inmunizarnos. Porque nos jugamos los aires, las relaciones, el deseo y, como no, la propia vida. Porque no podemos cambiar un juego si jugamos maquinalmente con las piezas que nos venden en la cueva cerrada, porque así no podremos combinarlas con otras mil y una piezas, sueños, deseos, organizaciones, amores, amistades, plantas, cielos, arenas, aguas, olores...
Este acontecimiento con ya más de una decena de nombres no sabemos a qué llevará, no sabemos si será una revolución, si cambiará grandes cosas, pequeñas, diminutas. Pero podemos luchar contra la desilusión, sólo ello nos dará fuerzas para continuar ya que el camino es largo y difícilmente se construyen lugares aniquilados y con graves medidas de seguridad y prevención para que no surjan de nuevo, para que no haya otros nuevos, diversos, o antiguos, o inmemoriales….muerte o fortuna. Y podemos luchar contra esa desilusión sabiendo que ésta es inyectada por los medios, por nuestro mismo torpe deseo de inmediatez, consumo de experiencias rápidas y pasajeras o efectividad (a imagen y semejanza de lo que no deseábamos), por el intento de saltarle los límites, los cuerpos, el inconsciente, los deseos; esto es, por el intento de ser voluntades férreas y tecnológicas que consiguen lo que quieren sin dilación, sin espera, sin lugar, sin fallos, sin cansancio; por los intentos de autenticidad y autoespectáculo de nuestros sujetos, por llevarnos de manos de la reactividad en lugar de escuchar lo activo que trabaja siempre fuera de los escaparates y las grandes catástrofes o guerras.
La buena noticia es que los acontecimientos nunca mueren, una vez que se dan, que aparecen y, debido a que no están en el curso de la historia, sólo se quedan esperando el lugar donde puedan aposentarse y abrir. La fortuna llama a nuestra puerta y estos libros y estas obras del 15M no morirán, cambiarán de lugar, se irán, volverán, llamarán a otros, resonarán con otros. Sol ya es un acontecimiento.
La noticia a la que nos lleva la anterior es que tenemos que construir lugares de apertura para esos acontecimientos. Que no podemos parar, que una vez la fortuna ha llamado a la puerta, lo peor que puede ocurrir es que la muerte en forma de policía de la deuda o de los hábitos de consumo (sostenible o no) cierre esa puerta. Hay mucho que hacer y no nos faltan ganas, sólo que hay que unir fuerzas en una sola dirección, hacer un movimiento de movimientos que dure, que sea tan terco como la cerrazón inmunitaria que nos secuestra desde hace siglos. Un movimiento articulado, dejando los sujetos íntimos (ya sean individuales, grupales o mundiales) aparte, que cuente con las diferencias en diversos ámbitos (desde la vida privada y los hábitos más supuestamente banales hasta los bancos y el capital), que sepa contar con lo no disponible, lo que nos mata y da vida, con lo otro de lo humano y su diferencia radical.
Este libro sólo es un libro. Sólo desea ser leído, que haya lugar para ser leído y que haya tiempo no efectivo, ni calculado, ni dirigido, para poder ser leído. Por ello este libro, como tantas cosas, como el acontecimiento y la vida mismas necesitan un cambio y esta es una oportunidad que se nos brinda. Llama la fortuna. Seamos dignos de nuestra oportunidad y de nuestro acontecimiento en lugar de vivir y morir indignados…nos va la vida en ello y queda poco tiempo terrestre para poder hacerlo antes de la asfixia global.




[1]Vid. J-F. Lyotard. “Notas sobre sistema y ecología” en G. VATTIMO (Comp.): La secularización de la filosofía. Hermenéutica y postmodernidad. Gedisa, Barcelona, 1992.
[2] Vid. G. DELEUZE: En medio de Spinoza. Cactus, Buenos Aires, 2003. p. 46. Y ARISTÓTELES: Ética a Nicómaco  y Ética Eudemia. Gredos, Madrid, 1985.
[3] Vid. R. ESPÓSITO: Communitas. Origen y destino de la comunidad, Amorrortu, Buenos Aires, 2003. E Immunitas. Protección y negación de la vida. Amorrortu, Buenos Aires, 2005.
[4] Vid. M. SERRES: El nacimiento de la física en el texto de Lucrecio. Caudales y turbulencias. Pretextos, Valencia, 1994. y Atlas, Cátedra, Madrid, 1994.
[5] Vid. M. McLuhan y Q. FIORE: Guerra y paz en la Aldea Global. Eds. Martínez Roca, Barcelona, 1971. Sería interesante compararlo esta utopía desastrosa con las consecuencias que vislumbra tanto P. VIRILIO en su obra, por ejemplo en: El Cibermundo. La política de lo peor. Cátedra, Madrid, 1999 o F. GUATTARI en obras tales como: Las tres ecologías. Pretextos, Valencia, 2000; o la recopilación de textos: Plan sobre el planeta. Capitalismo mundial integrado y revoluciones moleculares. Traficantes de sueños, Madrid, 2004.
[6] Vid. G. DELEUZE: Nietzsche y la filosofía. Anagrama, Barcelona, 1986. también G. DELEUZE y F. GUATTARI: ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Barcelona, 1999.
[7] Vid. las nociones de “acontecer” y “acontecimiento” en M. Heidegger, por ejemplo en Caminos de bosque , Alianza Editorial, Madrid, 1997; o Tiempo y ser, Tecnos, Madrid 2000; y en G. Deleuze, sobre todo en Lógica del sentido. Paidós, Barcelona, 1989. También en T. OÑATE en sus libros de recopilación de escritos: Materiales de ontología estética. Los hijos de Nietzsche I y El retorno teológico-político de la inocencia. Los hijos de Nietzsche II. Dykinson, Madrid, 2009. O bien los trabajos que hemos realizado en conjunto. Vid. el artículo de T. OÑATE en este mismo volumen.
[8] Vid. A. NÚÑEZ: “Los pliegues del tiempo. Kronos, Aión y Kairós” en Paperback. Publicación electrónica sobre arte, diseño y educación. Abril de 2007, nº. 04.
 http://www.paperback.es/articulos/nunhez/nunhez04.htm
[9] «Las noticias positivas son ilegibles, mientras que el espectáculo, para aparentar mejor, exige lo negativo. Cuando prepara el saber y la paz, el dinamismo engendrador de los preceptores no se ve […] y esto quiere decir simplemente, que la sangre y las lágrimas garantizan el espectáculo. […] la construcción real de un nuevo universo, aunque sea virtual, exige el pudor tácito de los trabajos  preventivos. […] Para no resignarnos a convertir a nuestros hijos en asesinos, levantamos casas y trazamos caminos. » M. Serres. Atlas, Op. Cit. “Leyenda para leer fácilmente este atlas”
[10] Vid. G. DEBORD: La sociedad del espectáculo. Pretextos, Valencia, 2002.
[11] Vid. E. Hobsbawm: Historia del siglo XX. 1914-1991. Crítica, Barcelona, 2010.

martes, 8 de abril de 2014

Democracia posmoderna y subjetualidades insostenibles

Andrés Martínez Díaz - El Faro Crítico
Ciclo15M Tercer Aniversario

Como todo sistema de cuentas, el de los siglos es una convención arbitraria. Si nos fiamos demasiado de la cronología en base cien corremos el riesgo de perder completamente la perspectiva de los acontecimientos. El siglo pasado fue, a decir de Hobsbawn, un siglo corto, de 77 años, los que median entre la Primera Guerra Mundial y el hundimiento de la URSS. Hacia 1992 las democracias occidentales celebraban la caída del comunismo real como el ‘Fin de la Historia’. Se in-auguraba una nueva época en la que descartada la alternativa del socialismo real, el mundo disfrutaría de paz y prosperidad bajo la ecuación democracia-liberalismo. Sólo era cuestión de tiempo. Cuando todos los países del mundo aplicasen la fórmula ganadora del combate ideológico que había sido el siglo XX, llegaría el reino de la felicidad universal. No es necesario abundar en el tema, tópico por otro lado... por mucho que se haya hablado de una “huelga de los acontecimientos”, el curso de los tiempos se ha encargado de arrumbar tan halagüeñas perspectivas.
 El historiador busca el acontecimiento simbólico que permita trazar fronteras en el confuso mixto de sucesos que traman la historia de los hombres. Sin embargo, a poco que se reflexione, resulta evidente que no hay un único proceso histórico –algo así como una historia universal– sino varios que se solapan, entrelazan sus interacciones, ocurren sin relacionarse, concurren en direcciones opuestas, permanecen latentes o amenazan con invadirlo todo. Por este motivo, el oficio de aislar periodos –o definir movimientos característicos de las diversas agrupaciones humanas en el tiempo– está sometido a decisiones siempre arriesgadas en las que confluyen prejuicios, intereses, esperanzas y miedos. Al historiador siempre se le escapa algo. Cuando el encargado de hablar del pasado hace su trabajo, tiene presente el futuro y al hacerlo se inviste de profeta o de ideólogo publicista. O bien pone el foco de atención en un aspecto concreto dejando en segundo plano los demás. En algún defecto incurrirá. Dada la positiva imposibilidad de alcanzar el hecho cierto, aquel que quiera afrontar la tarea de entender los sucesos humanos, únicamente puede ser consciente de que el error, o mejor la incapacidad de comprehenderlo todo, es inevitable. A una interpretación siempre podremos oponerle otra... y aunque las haya que no se pueden tomar en serio, no se puede evitar la necesidad de poner orden en el flujo continuo y sin dirección final del devenir de los hombres, de hacer el esfuerzo de conceptualizar las épocas, aunque no se pueda evitar del todo cierta arbitrariedad. Esta dimensión polémica de la historicidad no es rebasable y respecto a ella lo único que cabe hacer es posicionarse. Eso haré: lo que sigue son algunos razonamientos en torno al 15M al cual me adhiero como la única opción política en estos momentos en los que parecía que nuestro horizonte iba a ser un largo vía crucis de renuncias por miedo al miedo. El temor constante a perderlo todo nos lleva a perderlo de todas formas aunque sea por partes. Al menos la reacción de Sol es poner el pie en el freno.
Así, el comienzo de nuestro momento, este que desemboca en la actual oleada de protestas que atraviesa el planeta de uno a otro extremo, debemos buscarlo en la resaca que se produjo después de los acontecimientos de mayo del 68. Estos fueron una secuencia política extraña si se compara con el ciclo de revoluciones burguesas del XIX o con la revolución soviética. Sincrónicos a la pregunta y tensión que lanza la Revolución Cultural China proyectan en el apogeo del Estado del Bienestar una inquietud que podría denominarse ‘espiritual’. Cuando Europa disfruta, después del trauma de dos conflagraciones mundiales, de una prosperidad, ciertamente envidiable desde nuestra presente situación de crisis, se da un movimiento para reivindicar formas-de-vida más plenas que colmen un deseo que no se contenta con una nevera o un coche nuevo. El fuego prendió a lo largo y ancho del mundo... como pone de relieve Ernesto Laclau, las cadenas de significantes vacíos remueven toda sutura[1] política –inercia estática de un Estado de cosas instituido a permanecer- trastocando el panorama fijo que los poderes dominantes del momento aspiraban a mantener. Desde la insatisfacción con la burda abundancia material hacia formas de convivencia en las que los hombres liberen sus deseos y dejen de ser elementos dentro de las funciones determinadas para la producción industrial -por benevolente que fuese el sometimiento al maquinismo en aquellos tiempos- mayo del 68 se nos aparece como un claro antecedente de las movilizaciones que conmueven nuestro presente.
En efecto, de las cenizas del conato libertario sesentaiochista surge nuestro periodo, cuyas contradicciones desembocan en la encrucijada que se intenta resolver en la Puerta del Sol, en Chile o en Libia. Cualquiera que tenga propensiones paranoicas podría hacer una lectura en clave conspirativa de lo que sucedió a partir de los años 70’s. Mayo del 68 marca un cenit, al menos para los países occidentales, que fue abruptamente cortado por una tendencia reactiva de signo contrario. Por lo que se refiere a la coyuntura económica, la crisis del petróleo, abandono del patrón oro y un nuevo fenómeno, la estanflación generalizada, paro e inflación, –fenómeno que supone un auténtico desafío a la ‘Teoría de la oferta y la demanda’– invierten la situación de los 60’s: en un contexto en que el paro no se daba había sido posible pensar en un ‘plus’ vital más allá de la mera supervivencia, por ello las demandas políticas se encaminan a proyectos de una felicidad integral. Desde ahora la tónica dominante será de amenaza al Estado del Bienestar y la necesidad de su reforma-recorte en nombre de su salvación. En ese entorno mucho menos acogedor que el de los años anteriores la que había sido vanguardia europea de la izquierda derivará hacia la socialdemocracia moderada por un sano principio de realismo político que se combina con una cierta sensibilidad medioambiental –los movimientos ecologistas tienen su origen por aquellos años– , el extremismo terrorista –las Brigadas Rojas, la Baader-Meinhoff– y una salida menos visible, la fuga sentimental hacia la vida personal. Esta última dirección es fundamental en lo que se refiere a la constitución del sujeto de la posmodernidad: aislado de sus prójimos, vive abismado en su propia existencia sin posibilidad de una relación política con su entorno y sin interés por reentablar algún modo-de-vida explícitamente político.
Una puntualización, con lo anterior no querría parecer, en modo alguno, nostálgico de un Estado del Bienestar. Esta formación política debería ser considerada algo así como una reserva natural…. una especie de resort donde se dan ciertas cantidades de confort material y de cumplimiento de unos derechos mínimos al precio de transferir costes –trasladar residuos– a la periferia. Su viabilidad siempre dependió de la existencia del Tercer Mundo. Debería tenerse en cuenta que la actual fase de demolición de dicha formación política coincide con la desaparición de los imperios forjados en el siglo XIX. La independencia de las antiguas colonias supondrá la necesidad de nuevos equilibrios. En buena medida la situación histórica que estamos viviendo está asociada directamente con las recientes relaciones internacionales en las que los nuevos actores hacen uso de una mayor independencia.
Por entonces, aparece la Escuela de Chicago, con Milton Friedman como figura señera, que propugna el retorno a las formulas económicas de un liberalismo puro no sometido a ninguna regulación. La tesis básica de esta tendencia económica es que el mercado es el medio regulador natural al sistema capitalista por lo que cualquier intento de moderar sus desequilibrios tiene un efecto adverso. Es decir, en menos palabras, las políticas que llevaron al Estado del Bienestar son declaradas obsoletas. Tras la crisis del 29, que presenta numerosas analogías con la nuestra, J. M. Keynes ante la inoperatividad de las teorías económicas vigentes y con la intención de salvar el capitalismo, propone un cierto intervencionismo de los gobiernos para corregir los desequilibrios que produce cíclicamente la caída tendencial de la tasa de ganancias[2]. Un auténtico giro copernicano frente a la ortodoxia tradicional de la economía clásica que Foucault resume en la fórmula “autolimitación de la razón gubernamental"[3], el tradicional ‘laissez-faire’ que pide la eliminación de cualquier traba a las actividades del dinero. Pues bien, los años 70’s suponen un retorno a las posiciones clásicas del liberalismo económico. Un poco más avanzada la década los mandatos de M. Thatcher y R. Reagan supondrán la consagración del principio de desregulación. Desde entonces los principios del economicismo neoclásico han quedado recogidos como reglas neutras, naturales, indiscutibles y no discutidas de la gobernanza de cualquier Estado que aspire a ser considerado ‘serio’ en el panorama internacional. Se debe enfatizar este aspecto: antes se ha tolerado un régimen irrespetuoso con los derechos humanos que una excepción a esta doctrina, la de la búsqueda de la integración del mercado mundial.
Mientras, en otra institución no tan conocida como la anterior, la ‘Escuela de las Américas’, se entrena al modo de Westpoint a las elites militares que frenarán el avance de gobiernos democráticos de sesgo socialista en América Latina. El laboratorio privilegiado donde confluyen las prácticas de ambas instituciones será Chile. El país del Cono Sur pudo beneficiarse de las primicias de la receta neoliberal aplicada con puño de hierro... Su historia reciente muestra cómo un país, supuestamente saneado, con macroindicadores aceptables según la ortodoxia económica se ha convertido en donante neto de emigración: los disturbios estudiantiles de estos días en dicho país son otra muestra del callejón sin salida al que conducen las políticas de destrucción de lo social que marcan el dogma indiscutible que guía la política actual.
El fin del imperialismo y el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, en un entorno de desregulación han favorecido la deslocalización de la producción hacia áreas antes marginales o periféricas y la liberación del movimiento de los capitales a una velocidad creciente. El capital busca condiciones de máxima movilidad donde pueda operar con máxima velocidad y sin restricciones. Esta evolución, que percibimos en los países tradicionalmente desarrollados como un retroceso propio, está poniendo en el horizonte a nuevos actores internacionales que se perfilan como futuras primeras potencias de previsibles (des)órdenes en los que cada vez pese menos la hegemonía europea.
Estos párrafos tan sólo quieren ilustrar cómo el comienzo de la secuencia histórica que nos toca vivir tiene comienzo tras Mayo del 68 y puede ser interpretada como un movimiento de reacción frente a la eventual amenaza para el orden imperante de que, en una situación de seguridad vital para la ciudadanía, ésta pudiese dirigir sus aspiraciones políticas –o vitales en última instancia, puesto que somos formas-de-vida necesariamente sociales– hacia reivindicaciones de autodeterminación de nuestros proyectos vitales, incompatibles con el capitalismo. En unas circunstancias de crisis con un paro creciente, el impulso revolucionario e incluso simplemente político se verá frenado y forzado a situarse en una posición defensiva. Si a ello le sumamos la debacle de los regímenes comunistas, se hace evidente la dificultad de oponerse a la corriente ideológica dominante. Tan sólo queda defenderse de un clima de miedo enfermizo y de las consecuentes perspectivas de un repliegue ilimitado.
Sentadas estas premisas relativas a nuestras circunstancias procedo a exponer las tesis que este artículo quiere defender:

1. Tenemos, por una parte, un Capitalismo que ha conseguido liberarse de las restricciones a su libre actuación que supuso el Keynesianismo tras la Gran Depresión. El intervencionismo estatal no ha desaparecido, sino que más bien ha cambiado su dirección para facilitar la fluidez del intercambio –y, de paso, la concentración de las rentas–. Con ello, y con la consiguiente aceleración de los movimientos económicos, la propensión a las crisis cíclicas que aquejan al Capitalismo –más bien a quienes lo sufrimos– desde el periodo de su formación se ha visto reforzada.

2. Se da la fabricación de una cultura ‘ad hoc’, afín al sistema económico dominante con la subsiguiente fabricación de un sujeto hambriento de distracciones, cuyas relaciones se pretenden –y se consiguen– mediar totalmente a través de los dispositivos de la sociedad de consumo. Hay una desaparición del ciudadano –por galopante irrelevancia de la participación política en la democracia posmoderna– reemplazado por el consumidor egotista preocupado por su autorepresentación que solamente puede ser realizada dentro de los códigos del consumismo. El imperativo de goce vigente tiene por resultado un frágil sujeto narcisista que paradójicamente vive pendiente del juicio de sus congéneres. La obligación de personalizarse da lugar a una fuga por cultivar la propia originalidad… hay una apariencia de pluralidad más o menos pintoresca que adolece de una profunda falta de originalidad. En todo caso, se trata de generar una general e íntima insatisfacción que nunca pueda ser satisfecha del todo.

3. En paralelo a la constitución de las subjetualidades posmodernas se da la desaparición de la izquierda tradicional organizada en torno a la forma de partido –por la que no se debería sentir especial querencia– y la atomización de la militancia de izquierdas en movimientos sociales dirigidos hacia demandas particulares. En esa parcialidad, mayor aún que la del partido, se trasluce el abandono de la noción de común como objeto de sus demandas políticas, las cuales en sintonía con la melodía ambiente, son orientadas hacia la visibilidad o a la demanda de indemnizaciones con la aceptación implícita del estado de la situación como orden natural de las cosas. Sujeta a una lógica del victimismo o a aspirantes a una mayor notoriedad hay una floración de grupos aparentemente plurales cuyo común denominador es el cierre en la reivindicación propia, de forma análoga al paradigma vigente de sujeto.

4. Se da una evidente contradicción entre una sociedad de individuos que sólo saben realizarse consumiendo y la dinámica entrópica de una economía que no puede proporcionar el consumo prometido, aunque necesite a toda costa la prevalencia de la ideología consumista para su, de todas maneras insostenible, pervivencia. Tal incoherencia puede ser rastreada en todos los ámbitos: el personal, el económico, el social, cultural, ecológico, el político… El cortocircuito se extiende a todas las esferas de nuestra existencia.

5. Lo sucedido en la Puerta del Sol podría parecer, y lo es aunque sólo en cierto modo, la consecuencia lógica de las contradicciones enumeradas más arriba, pero lo cierto es que podría perfectamente no haber ocurrido. Hay algo de milagroso en el acontecimiento que desbloquea cierres y abre oportunidades: surge la plaza como espacio natural de una verdadera praxis política. No da una solución, pues no puede haberla, sino indica un camino, una dirección para una acción colectiva donde cabe que la comunidad resurja.

Cada uno de estos puntos sería materia de un tratamiento mucho más extenso del que me es posible dar en el reducido espacio del que dispongo, por lo que me limitaré a trazar algunas líneas generales que señalen las conexiones entre las tesis ya enumeradas.
Que la crisis es la sombra inseparable del Capitalismo es algo evidente desde sus fases más tempranas. La Burbuja de los tulipanes[4] en Holanda durante el primer tercio del XVII muestra como la perversa interacción entre crédito abundante –con el desarrollo de un instrumental financiero sorprendentemente sofisticado– y oportunidades de negocio en una promisoria espiral ascendente dieron lugar a un clima de euforia en el que parecía que el precio de los bulbos de dicha flor crecería exponencialmente ad infinitum. Se podía comprar a un valor demencialmente alto sabiendo que se podría vender a otro todavía mayor. Un solo tulipán llego a venderse por el salario que cobraría un artesano acomodado durante 15 años. El prodigio parecía posible: un dinero que produce dinero sin pasar por el proceso de producción realiza, desligado de cualquier otra esfera, un milagro de autofecundación y genera, en el vacío, beneficios. Un único inconveniente: naturalmente cuando uno de los inversores quiso recoger sus ganancias la pirámide de Ponzi se vino abajo. No hubo más remedio que reconocer la naturaleza alucinatoria del fenómeno alcista y hacer tabula rasa… la economía holandesa sufrió una depresión de la que tardó décadas en recuperarse. La Historia aquí se revela como un depósito de inquietantes recuerdos que anuncian sistemáticos tropiezos futuros. Como el neurótico condenado a la recurrente repetición de los mismos gestos que le conducirán a familiares callejones sin salida, se podría interpretar la teoría económica ortodoxa como un esfuerzo por olvidar el pasado para poder seguir repitiéndolo. Como la borrachera de un alcohólico o cuando el ludópata se dispone a jugar, el espejismo del capital portador de interés desligado del sector productivo, se extiende a través del dulce rumor de beneficios fáciles, dando pie a una dinámica recurrente que puede rastrearse desde los orígenes de nuestro modo de producción. En el siglo XVIII se producirán similares episodios de euforia ciclotímica vinculados a las compañías comerciales de ultramar[5], o en el XIX Madrid asistirá en 3 años a la duplicación del precio del metro cuadrado edificable[6], todos ellos finalizados por una coda catastrófica. Otra invariante, desde el temprano incidente de los tulipanes será la imprescindible intervención de las autoridades para restablecer el descabalado equilibrio: la cuaresma que llega tras las saturnales. Si se rastrea la historia de las crisis se hace evidente bajo la aparente capa de racionalismo funcional, con la que pretende legitimarse el Capital, cómo hay un sistema del tropiezo y, en paralelo, se ha desarrollado una práctica teórica que lo justifica y lo alienta.
No puedo desarrollar el tema de la crisis como un elemento inherente al Capitalismo, ni las diferentes interpretaciones que las diversas escuelas económicas le han dado. Dejo igualmente sin mencionar las crisis de sobreproducción –tipología realmente característica de este modo de producción–. Sin embargo la notoria incapacidad de la ciencia económica vigente, con su supersticiosa fe en las virtudes de la mano invisible, para dar cuenta, evitar o incluso manejar las consecuencias adversas de esta sempiterna lacra muestra un punto ciego que la supuesta ciencia económica es incapaz de manejar. Y cuando nuestros conocimientos se revelan prejuicios y no son capaces de dar cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, es un buen momento para ponerlos en tela de juicio a no ser que se actúe de mala fe o se trate de un recuerdo reprimido. En todo caso surge aquí la notable operatividad de la crítica de la economía política que el denostado Marx nos legó. Fascinado por la crisis de 1857 y su rápida difusión mundial es capaz de señalar cómo existe una tendencia incontrolable –si no media una intervención política– a que el valor de uso y el valor de cambio, los dos aspectos constituyentes de la mercancía, cobren autonomía mutua para llegar a ser completamente disfuncionales. No se puede hablar de un hecho anecdótico: la deriva hacia el desorden es propia de la naturaleza del Capitalismo y la supuesta virtud comunicativa del mercado, medio privilegiado para armonizar los desajustes de oferta y demanda, sirve más bien como coartada o pretexto para otras operaciones especulativas que se pretenden justificar.
El crash del año 29 marca una inflexión en el desarrollo del Capitalismo. Por un lado, es la crisis de la “emergencia estadounidense"[7]. por otro sus efectos fueron tan devastadores que forzaron un cambio de paradigma económico[8] –el llamado Keynesianismo, origen del Estado del Bienestar como única salida para la salvación del Capitalismo– e hicieron necesaria una guerra mundial para reintroducir el equilibrio dentro del sistema. Los años de posguerra asistirán a un avance de las conquistas sociales, en buena medida para afrontar la alternativa ideológica del Comunismo. Después de 1973, la incapacidad de las políticas keynesianas para relanzar la actividad productiva deja el campo abierto a una sorprendente contra-revolución conservadora; la que nos ha conducido como si fuese un tobogán a la situación que nos toca vivir en estos días. Cabe preguntarse por qué ni siquiera la social-democracia se plantea la recuperación de las medidas que permitieron la prosperidad… puede ser que se espere un reequilibrio por vía bélica o quizás algo más siniestro.
La incorporación de los individuos al régimen del Capitalismo tiene lugar en la esfera de la necesidad. Que la mercancía sea la forma básica de riqueza supone la obligación de efectuar el valor dinerario del producto resultante del trabajo de cada cual antes de poder acceder a valores de uso. O de otra forma: en una sociedad cuya producción está fragmentada en especialidades es inevitable pasar por el intercambio para satisfacer las necesidades que uno mismo se ve imposibilitado de cubrir individualmente y, puesto que los intercambios requieren de dinero para poder realizarse, la capacidad de trabajo deberá entregarse por adelantado para la consecución del medio de pago. Por ello la única posibilidad para alguien que rechace ser una bestia o un dios, es decir que quiera vivir en una sociedad de mercado, es aceptar sus reglas de juego. De acuerdo con esta lógica de la necesidad –contingente pues es histórica– los individuos adoptan comportamientos adecuados a la existencia de mercados para poder asegurar su propia supervivencia. De aquí se sigue la tendencia a la universalización de esta medición de todo a través del tiempo de trabajo abstracto que ha pasado a ser, como anunciaba Marx en los Manuscritos de 1857, una forma “miserable” de medir las relaciones sociales. Tal sistema métrico determina una experiencia subjetiva darwinista: las condiciones de existencia están reguladas por el imperativo de la mera subsistencia dentro de una mecánica casi geométrica en la que todos los elementos del sistema compiten entre sí… en tales condiciones cualquier lujo superfluo se convierte en un error. Y así será durante buena parte de su desarrollo histórico.
En efecto, hasta la segunda década del siglo XX predominan, en los países donde se halla más desarrollado el modo de producción capitalista, costumbres austeras en lo que se refiere al consumo, enraizadas en la tradición protestante. Sin embargo estos comportamientos estaban llamados a cambiar… Durante la década de los 20’s, se sufre en los Estados Unidos una crisis de sobreproducción industrial que produjo un dramático descenso de las ventas. La tasa decreciente de ganancias resultante de la propia competencia intercapitalista fuerza a un aumento de la productividad industrial mediante la introducción de maquinaria más eficaz con el consiguiente aumento del paro tecnológico. Un parado no consume así que, en una coyuntura de crecimiento de la producción, el stock de las empresas se iba acumulando en las estanterías de sus almacenes. Se llegó al cómico punto de que la prensa llegó a hablar de una ‘huelga de consumo'[9]. Y en este preciso instante la comunidad empresarial estadounidense dió con una solución que iba a marcar el rumbo de la vida humana en el planeta hasta nuestros días. Hablo, evidentemente, de la invención del consumidor y por extensión de la ideología de consumo. “En Nueva York los hombres de empresa organizaron el Prosperity Boureau y urgieron a los consumidores a ‘comprar ahora’ y a ‘poner su dinero a trabajar’ "[10]. La puesta en práctica de este plan maestro encontró menos resistencia por parte de la tradición de lo que cabía esperar y en menos de una década se había implantado en Estados Unidos una nueva cultura consumista que en poco tiempo pasó a exportarse al resto del mundo. Su triunfo ha sido tal que puede ser considerada la primera cultura cuyo alcance llega a un ámbito universal.
En esta ocasión la función crea el órgano: aparece una nueva especialización empresarial, el sector publicitario, dirigida a la formación de un tipo de subjetualidad que estará subordinada a las necesidades del mercado. El ámbito económico de la producción pasa a generar la necesidad en vez de simplemente satisfacerla. Desde ahora surge una industria encargada de producir un tipo de sujeto con miras al objeto. A diferencia de la imposibilidad de sobrevivir al margen de los mercados –el refuerzo negativo de las conductas-  que podría entenderse como un condicionamiento externo de tipo físico, la lógica imperial del capitalismo conquista el corazón de los hombres para borrar las diferencia entre dentro/fuera, ocio/negocio, productor/producto. La publicidad pone el deseo humano al servicio de la maquinaria productiva que supuestamente le debería servir a él.
Uno de los impulsores fundamentales de esta corriente, Edward Bernays, quien fue sobrino de Freud y es considerado el creador de las relaciones públicas, utilizó con notable éxito los descubrimientos de su tío para conseguir influir en la opinión pública dando lugar al más gigantesco mecanismo disperso de persuasión retórica que se haya conocido. Si en la obra del psiquiatra vienés se pone de relieve la importancia de los contenidos emotivos y su carácter irracional inconsciente, Bernays vio la posibilidad de crear "una ciencia aplicada social" para manejar científicamente y manipular el pensamiento y el comportamiento de un público irracional masivo “y parecido a una manada (sic).”. Según cita en su libro Propaganda[11]: “La manipulación consciente e inteligente de los hábitos organizados y las opiniones de las masas como un elemento importante en la sociedad democrática”Aquellos que manipulan este mecanismo invisible de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el poder verdadero dirigente de nuestro país”. En paralelo, Goebels, estricto coetáneo de Bernays, comienza a hacer uso, igualmente sistemático y no con menor desparpajo, de los mass media para propulsar el aquelarre al que los nazis consiguieron conducir a toda la nación alemana. No creo necesario incidir más sobre la influencia política de esta forma hipertrófica de retórica que, gracias a la ingente potencia amplificadora de los medios, ha dominado el curso del siglo XX.
Desde entonces, la industria cultural ha ido adueñándose de todo espacio vacío. Su triunfante invasión se ha manifestado como un verdadero fetichismo de los media con una progresiva densificación de la llamada iconosfera[12] hasta llegar a una saturación que ha cambiado nuestras condiciones de existencia con respecto a cualquier otro momento pasado de la humanidad: Hoy somos objeto de una exposición a cantidades de información superiores a las que somos capaces de admitir. En tiempos menos ruidosos aquellos que se veían en situaciones de exceso de estimulación perceptiva sufrían el denominado síndrome de Stendahl, un colapso nervioso por saturación de los sentidos. Hoy nuestra capacidad de admisión de datos ha mutado para llegar a crecer exponencialmente en proporción a la continua corriente de signos e imágenes con la que se nos bombardea a diario. De este modo la contaminación informativa, un proceso inflacionario concomitante al Capitalismo contemporáneo, ha transformado nuestra noción de lo real… las imágenes dejan de estar sometidas a la función de mímesis para crear realidad: si “una mentira repetida mil veces… se transforma en verdad” pensemos en el efecto de la reiteración de un millón de imágenes. El espectacular resultado de estas operaciones es un mundo invertido en el que “lo verdadero es un momento de lo falso"[13].
Llega el momento de hablar del habitante de semejante mundo continuamente reconstruido como decorado, aquel del que se querría sustraer cualquier acontecimiento, el sujeto de la posmodernidad, cualquiera de nosotros. El comunismo de la incomunicación, que es la Sociedad del Espectáculo, ha formado una red de entidades separadas que sólo pueden socializar a través de lo que les separa. La alienación crece en intensidad y aparece la figura crepuscular del Bloom[14], como una potencia que desligada de toda acción real –e incluso de su posibilidad- profundiza en la mera potencia. Así se produce una debilitación progresiva de los sujetos que “soportamos dosis de verdad cada vez más reducidas"[15] y vivimos en una continua fuga en busca de narcosis. Figurante de un gigantesco parque temático tan sólo espera que el carrusel del espectáculo nunca pare. La autorrepresentación bajo el imperativo del goce le obliga a mantener ante sí mismo y ante los demás la ficción de ser. El mundo se configura como una comedia sin gracia de sirvientes voluntarios, atentos a los gestos del vecino para impostar una normalidad que se pretende realidad. Bajo el mandato de la “ostentación negativa"[16] –no ser menos que nadie– se trata de proveerse de atributos para camuflar su radical inautenticidad. Así llegamos a la picaresca generalizada como la única vía de relación entre los farsantes.
Otra aproximación a nuestro personaje es el ‘homo sacer'[17]. Sería el humano resultado final de los procedimientos de control de la biopólitica un complejo de técnicas de gobierno blando que gestionan las masas velando por su felicidad. Este benévolo poder ganadero fomenta con su pastoreo a un animal de granja, antiguo depredador, que ha sido artificialmente convertido en herbívoro… mientras sea útil dicho herbívoro será mantenido, pero en el momento en que deje de ser necesario, la granja tornará lager. Sin embargo, bajo este paradigma, la violencia deja de ejercerse positivamente para ser aplicada por defecto. La proliferación de campos de refugiados o la progresiva incapacidad de los gobiernos para hacerse cargo, en términos de bienestar, de aéreas cada vez mayores de su territorio son jirones de una realidad emergente que amenaza con adueñarse del planeta.
En relación con estos modos de subjetivación querría señalar cómo la izquierda política se ha configurado tras el 68 en formas que son profundamente solidarias con el régimen neoliberal dominante y que han demostrado ser profundamente ineficaces en frenar su avance. De los sindicatos, agentes que históricamente canalizaron la lucha política y lograron buena parte de las conquistas sociales que se están esfumando a ojos vista, sólo cabe levantar acta de defunción. Son zombis que se saben muertos: la despotenciación de 30 o 40 años retrocediendo les desacredita ante sus propios ojos. Incluso, ante sus propios ojos, les falta credibilidad para oponerse a la sistemática demolición de la sociedad con un mínimo de convicción. En cuanto a la social-democracia, si alguna vez fue un proyecto factible, naufraga en su mar de contradicciones. Es absolutamente incapaz de mantener sus tibios programas en un entorno totalmente opuesto a sus principios. Las perspectivas para los movimientos sociales, forma subjetiva más característica de esta época, tampoco resultan mejores.
Tras la Revolución Cultural China el partido político como fórmula de organización de la lucha política entra en crisis[18] y la militancia se fracciona en lo que se ha conocido como movimientos sociales. Básicamente han sido y son grupos que actúan a escala local con agendas referidas a uno o dos puntos concretos, perdiendo de vista actuaciones con una proyección social amplia o con transformaciones profundas de la realidad social. Estas formas organizativas, típicamente posmodernas, se configuran como representantes de minorías y colectivos marginados que reclaman reconocimiento, subsidios o indemnizaciones. En primer lugar, la vía reformista, su aceptación del orden imperante implica quitar filo a sus posibilidades como alternativa al Capitalismo. Su acento en la representación identitaria, cuyo contenido fundamental es la condición de víctima en busca de integración, rima con los leitmotiv de la sociedad actual: sostener “el nombre de uno”, pegarse al atributo por el que nos distinguimos-separamos de los demás, en un modo perfectamente asumible por la Sociedad del Espectáculo en la que prima la obligación de autorrepresentación –forma fundamental de participación en la misma–. Estos grupos de consumidores agraviados se constituyen como marcas comerciales cuya imagen debe ser administrada de forma similar a cualquier otro producto de mercado. Marcas rivales pierden de vista lo común, núcleo de toda política, para concentrarse en demandas parciales. Cada uno la suya. Su característica fragmentación es una proyección del individualismo dominante en el mundo de la izquierda y ha demostrado ser políticamente de una eficacia bastante limitada: se ha conseguido cierta visibilidad para algunas minorías pero en realidad únicamente ha supuesto poner en circulación otros estilos de vida para que el comercio pueda proveerles de complementos. Lo sucedido en Sol puede ser leído como una superación de esta deriva: la plaza vacía como lugar de encuentro para defender lo común superando las barreras que impone el culto a la propia etiqueta para defender la posibilidad de un lugar desde donde hacer política.
Sobre la insostenibilidad de nuestro estilo de vida en las presentes circunstancias poco es necesario decir. Nuestro mundo, un complejo residencial, lujo algo cochambroso nunca verdaderamente acogedor, tenía puesta la fecha de caducidad. La omnipotente economía ha incurrido en un cortocircuito generalizado que impide su propio funcionamiento y, para mantener una apariencia de movimiento y funcionalidad, es necesario sacrificarlo todo en el altar de los negocios –por mor de los negocios-. Los gestos de los brujos de la tribu son elocuentes: su magia no llega a la mínima eficacia y su vacua gesticulación no logra contener el pánico. Su orden, causante de tantos problemas, es un problema para sí mismo. El decorado que ha sido el Estado del Bienestar se cae y los extras de esta película estamos temiendo ver qué se oculta tras las cortinas… y sin embargo hay nostalgia de una vida protegida por padres postizos que tomen decisiones por nosotros. Si el signo del Capital es la velocidad extrema para escapar de la sombra que el mismo arroja, hemos llegado a la disyuntiva en que detenemos la maquinaria o su velocidad nos convertirá en residuos de su cada vez más disfuncional metabolismo.
La ciudadanía vuelve a recordar que es habitante de la ciudad, su hogar común. De repente al término “economía” se le restituye su verdadero sentido etimológico: ciencia de la casa. Sólo que la nuestra es una casa abierta, una plaza. Quizás la historia desde que el hombre se hizo sedentario pueda resumirse en un simple tensión entre quien quiere ocupar el espacio para detener el libre fluir y aquellos que llevados por una u otra circunstancia se ven obligados a recuperar las posibilidades de convivencia. Si el poder instituido siempre quiere ofrecerse como la única alternativa al diluvio, debemos tener en cuenta que cuando se le repite a la gente que esto o aquello es imposible, se hace siempre para lograr su sumisión"[19].


[1] Vid. e.g. LACLAU, E: “Por qué los significantes vacíos son importantes para la política” en Emancipación y diferencia. Ariel, Argentina, 1996. Vid. asimismo, para el concepto “sutura”, la obra de A. BADIOU, e.g. Manifiesto por la filosofía. Madrid: Cátedra. 1989.
[2] Vid. K. MARX, El Capital, Vol. III: 213-263; México, FCE, 2ª ed. 1959,.
[3] Vid. M. FOUCAULT, El nacimiento de la biopólitica. Bs. As., FCE, 2007.
[4] Vid. Ch. MACKAY, Memoirs of Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds, London : Routledge & Co., 1856.
[5] Ibid.

[6] Vid. A. BAHAMONDE et al. , Historia de España siglo XX : 1875-1939, Madrid, Cátedra, 2000.

[7] Vid. D. BENSAID, “La crisis capitalista: Apenas un comienzo”, Revista Memoria, No. 236, Revista de Política y Cultura, Centro de Estudios del Movimiento Obre-ro y Socialista (CEMOS), México D.F., junio-julio del 2009.
[8] No estará de más señalar cómo la supuestamente neutra separación científica de economía y política en disciplinas diferenciadas escamotea su profunda imbricación mutua hasta el punto de poderse decir que casi son lo mismo. La denominación primitiva “Economía-política” responde mucho mejor a esta realidad.
[9] Vid. R. SÁNCHEZ FERLOSIO, Non olet. Barcelona: Destino, 2003.
[10] Ibid.
[11] Vid. E. BERNAYS, Propaganda. Barcelona: Melusina, 2008.
[12] Vid. R. GUBERN, Del bisonte a la realidad virtual. La escena y el laberinto. Anagrama, Barcelona, 1999.
[13] Vid. G. DEBORD, La sociedad transparente. Valencia, Pretextos, 2002.
[14] Vid. TIQQUN, Teoría del Bloom. Ed. Melusina, Barcelona, 2005.
[15] Vid. TIQQUN, Introducción a la guerra civil,  Ed. Melusina, Barcelona, 2008. p. 5
[16] Vid. R. SÁNCHEZ FERLOSIO, Non olet. Op. Cit.
[17] Vid. G. AGAMBEN, Estado de excepción. Homo sacer II, 1, Pre-Textos, Valencia, 2004.
[18] Vid. Badiou, A. y Hounie, A. (Comp) La idea de comunismo. Paidós, Buenos Aires, 2010.
[19] BADIOU, A., Condiciones, Siglo XXI, Bs. Aires, 2002. pág.52.

jueves, 3 de abril de 2014

El neoliberalismo es la forma postmoderna del fascismo

José Vidal Calatayud - El Faro Crítico
Ciclo15M Tercer Aniversario

(Urgente: "Queridos amigos, me es grato comunicaros que...)
...el neoliberalismo es la forma postmoderna del fascismo"

Escribir, aunque sea para otros, es un arte sospechoso. Más aún cuando la escritura es un ataque contra "el sistema". Porque ¿dónde quedará entonces nuestra capacidad de "verdad"?

Nuestra verdad, nuestro método
Y ¿qué clase de texto podría hacerse? Desde luego no uno encuadrable en el llamado "giro lingüístico", sino uno que pertenecerá a lo que llamaríamos el "giro estratégico" o "giro bélico": concebimos, y construiremos, nuestro texto como un arma, un dispositivo que busca la victoria -de "nosotros" sobre el enemigo político, ideológico-, no una "verdad" sometida siempre al discurso del poder y sus mecanismos institucionales de neutralización. Asumimos que este texto es presa de una voluntad de poder que lo hace "tendencioso" -esto es, que va hacia algún lugar-, y queremos que esa voluntad coincida con la de los laminados por el sistema socio-político, entre los que nos contamos. La Academia podrá decir que un discurso tal no es "serio", "verdadero"; y nosotros podremos preguntarnos qué ha hecho hasta hoy la Academia por la liberación de la explotación, el engaño y la estupidez, especialmente en nuestro país -ese sería otro libro, que sin duda haremos-. Realmente la Academia es hoy uno de los mecanismos más comprometidos con el sistema de "espectáculo" que diseña el engaño masivo -y mejor no pasemos aún revista a sus componentes individuales-.
Pero ¿qué va a haber de "ataque" en nuestro texto? La tesis que vamos a sostener es más compleja de lo que una simple ojeada pudiera hacer pensar: si en la modernidad el liberalismo se opondría, en apariencia casi totalmente, a los sistemas autoritarios y fascistas, en la postmodernidad esa diferencia desaparecería; o tendería paradójicamente a desaparecer en la medida en que el sistema se fuera haciendo más propiamente "neoliberal", de modo que si llegara a serlo absolutamente, encarnaría absolutamente el fascismo.
Somos conscientes de que esta tesis choca frontalmente con casi todo lo escrito antes sobre los sistemas de "democracia representativa". Sin embargo, debemos seguir ese principio, formulado por todos los maestros de la sospecha, por el cual, igual que nadie juzga a una persona por lo que ésta dice de sí misma, tampoco es serio juzgar a un sistema social por lo que éste afirma ser. De manera que las teorías de la llamada "Ciencia Política" y de la Filosofía del Derecho, principales valedores de aquél, deben quedar descartadas desde el comienzo en nuestra discusión. Sus discursos pretendían que en el origen del poder hay una verdad que produce derecho, y enmascaraban así la dominación como legalidad. Hay sin embargo otros análisis que conciben el poder como dominio y relación de fuerzas; con éstos, construidos como armas contra toda forma de opresión, tendremos que medirnos a fondo. Nos referimos a los estudios de Michel Foucault y Jean Baudrillard, que han servido de base a rigurosas posiciones alternativas y anticapitalistas. Con ellos el "método genealógico" de raíz nietzscheana se impone en nuestro análisis, que tratará de oponerse a discursos pretendidamente científicos que entendían el poder como resultado contractual o como función garante de la explotación económica.
Y analizaremos cómo esa relación de fuerzas en la era postmoderna está cambiando respecto a la fase moderna del poder "liberal"; porque una nueva situación de "guerra" se ha producido en las últimas décadas, un nuevo desequilibrio.

El poder en Foucault: "soberanía" y liberalismo (o "biopoder")
"Guerra" que nunca podría aparecer en las teorías contractuales del poder, ya que éstas partían de un sujeto que cedía voluntariamente sus derechos y seguía amparado por la ley. Sin embargo, si estudiamos, como aconseja Foucault, el poder en los límites de su legalidad, en sus rincones menos típicos, y como algo no igualitariamente distribuido, el resultado es diferente. Se muestra entonces como teniendo en sí su objetivo principal; aparecen sus operadores materiales, y su esencia ilegítima de dominación aparece en toda su profundidad, como resultado de desequilibrios bélicos[1].
A grades rasgos la diferencia entre los regímenes absolutistas y los liberales era en los estudios foucaultianos el paso de un poder de "soberanía" -que "podía hacer morir y dejaba vivir"-, y a través de unas tecnologías disciplinarias, a un sistema de "biopoder" -que "hace vivir y deja morir"-. Por el carácter rudimentario de sus tecnologías, el dominio "soberano" no podía ocupar y gestionar totalmente la vida desde el poder, controlar los factores de población -natalidad, movilidad, mortalidad-, o no más que de manera tosca e insatisfactoria, y por ello no podía utilizarlos como factor económico en toda su potencia.
Con el liberalismo y el neoliberalismo parecía que el poder de soberanía hubiera sido totalmente desterrado -más aún, parecía, como en el marxismo, que el poder sirviera a la economía y se sacrificase por ésta-, siendo ahora la dominación dedicada aparentemente a producir vida, bienestar; en realidad, a una generación no ya del soberano, sino de la "población", a partir de unas relaciones de dominio convertidas en relaciones de explotación -extraer tiempo y trabajo, no sólo bienes[2]- y posteriormente de consumo. Aparece la normalización, que al principio disciplina los saberes y los cuerpos y que más tarde regularizará las multitudes, sus deseos y necesidades, contando así con la sumisión voluntaria de la población gracias a una extensión social de la utilidad. El aspecto represivo del poder, su dispensación de dolor y muerte parecían haber casi desaparecido, y su función haberse limitado -ampliado, en realidad- a producir la felicidad del mayor número de ciudadanos. Sin embargo había márgenes y rincones oscuros que hacían que los más maliciosos dudaran de ese nuevo carácter benéfico del Estado y sus mecanismos.
Ahora el ciclo se ha invertido: aquella "utilidad" parece buscar una restricción drástica de sus beneficiarios, y los aspectos bondadosos de la biopolítica retroceden, tal vez hacia su total desaparición, en favor de una "soberanía" anónima del capital -encarnada ante todo de nuevo en distribución de la represión y la miseria-. En qué medida esto estaba implícito en el nucleo duro del liberalismo, y también en qué medida vuelve, tras el neoliberalismo de hierática sonrisa de los años 80 y 90, la forma primitiva, ultraviolenta, del fascismo, es lo que aquí tendremos que discernir -casi que predecir, ejercicio aquejado de una tasa de imposibilidad incalculable-. Pero para ello debemos analizar de dónde venimos.

Neoliberalismos[3]
La idea clave del Liberalismo es que la economía política exige la autolimitación de la razón gubernamental: gobernar menos para lograr la eficacia máxima, dado que los fenómenos tratados son "naturales". Esta autolimitación es la condición de inteligibilidad de la "biopolítica", esto es, del manejo de la población. Secuela suya, el "neoliberalismo" será identificado por Foucault con la "economía social de mercado"; él se opone a la "crítica inflacionaria" que creía ver "fascismo" en el funcionamiento de los Estados "democráticos". El liberalismo sería lo opuesto al fascismo; y ello porque el Mercado es ahora “el ámbito de veredicción" que impone la limitación interna del poder político por dos caminos: el revolucionario, que parte de los derechos humanos para fundar el poder, y el utilitarista, que parte de la práctica gubernamental para limitarla por consideraciones de utilidad. En Foucault "liberalismo" significa cómo el arte de gobernar produce la libertad, la promueve y la enmarca.
Pero el Liberalismo como cálculo de riesgos en el libre juego de intereses implicaba el establecimiento de múltiples mecanismos de seguridad. Esta era su paradoja: la doble exigencia de libertad y seguridad, que produjo tantas crisis de gobernabilidad a lo largo de los siglos XIX y XX, forzando a su vez a una revisión del arte liberal de gobernar. Surge entonces, tras la segunda guerra mundial, el Neoliberalismo, en sus dos formas principales, que se han llamado "ordoliberalismo" alemán y "anarcoliberalismo" norteamericano. El primero hace valer la competencia pura en el terreno económico, mientras corrige sus efectos mediante intervenciones estatales de "política social"; el americano, que ahora se nos impone aquí y en todo el planeta, procura extender la "racionalidad" del mercado a ámbitos tenidos hasta entonces por no económicos, eliminando toda dimensión social, si bien manteniendo la actuación "biopolítica".
Los problemas de la "biopolítica" -los de la salud, la natalidad, los movimientos de población, las razas- son un desafío para el marco de racionalidad política que es el Liberalismo: ¿cómo tomar en cuenta a "la población", manejarla, si se está obligado a respetar la libertad de iniciativa de los individuos? Basándose en la necesidad de un método nominalista en historia, Foucault no analiza el Liberalismo como una teoría ni como una ideología, sino como una manera de actuar orientada hacia objetivos y regulada por una reflexión continua.
Contra las ideas de soberanía del siglo XVI, que veían como fin en sí el fortalecimiento del Estado, el Liberalismo piensa que siempre se gobierna demasiado. Surge la pregunta de por qué habría que gobernar, y se responde que ello se hace en nombre de "la Sociedad Civil", correlato de las tecnologías liberales de gobierno. El liberalismo clásico oponía la Sociedad al Estado como la naturaleza al artificio, la espontaneidad a la coacción; pero la "sociedad" constituye además el blanco de una intervención gubernamental permanente, no para restringir las libertades sino para producirlas, promoverlas y garantizarlas. Así que la sociedad civil no sólo limita al gobierno, sino que permite su acción y la sufre.
Pero la distinción entre "Estado" y "Sociedad civil" no es un universal histórico y político, sino una esquematización que procede de la tecnología específica de gobierno del Liberalismo. De modo que éste no sería una utopía no realizada, sino un instrumento crítico de la gobernabilidad, que quiere limitar. Y lo más importante en la crítica liberal, lo "natural" es la realidad del mercado y la economía política. El Liberalismo no es más jurídico que económico, no trata más de la "soberanía" que del "biopoder"; pero encontró algo muy útil en la regulación jurídica, porque la ley excluye las medidas particulares y excepcionales y porque la participación de los gobernados en la legislación es un modo muy eficaz de economía gubernamental. Además el Derecho le permite negar que las condiciones de su gobierno sean las de una guerra. Hay que recordar aquí que la Democracia y el Estado de Derecho no son forzosamente "liberales", ni el Liberalismo forzosamente "democrático", aunque es cierto que la limitación de la gobernación da origen a lo que se llama "la vida política".
Tanto en el neoliberalismo alemán desde 1948 -que tiene su base ideológica en el Neokantismo, la Fenomenología y la sociología de Max Weber-, como en el norteamericano de la escuela de Chicago se hace una crítica de lo irracional del exceso de gobierno -que en Alemania habría encarnado el régimen de guerra nazi, pero antes también la economía dirigista del período de guerra 1914-18, y después el socialismo estatal de la Alemania Democrática-. El "ordoliberalismo" trataba de asegurar legalmente la libertad de los procesos económicos, pero cuidando de que estos no produjeran distorsiones sociales que llevaran a una revolución.
En cuanto al "anarcoliberalismo" norteamericano, rechaza la política del New Deal como un exceso de intervencionismo propio de la etapa de guerra: la inflación de los aparatos gubernamentales transmitiría rigidez y distorsión al mercado, lo que a su vez requeriría intervenciones estatales aún mayores. Este neoliberalismo se distingue del alemán en que no piensa -no quiere saber- que el mercado produzca males sociales tan graves que haya que contrarrestarlos a través de una política de "protección social", sino que trata de todo lo contrario, de acabar con todo lo social y ampliar las formas y comportamientos del mercado a los ámbitos de la biopolítica -como la familia, la natalidad o la política penal-.
Pero aún parece que nos movamos en el terreno de una defensa de las libertades contra los gobiernos. ¿En qué se acerca este sistema, el actual, a las posiciones fascistas, que parecían estatalistas? Será necesaria cierta matización del esquema foucaultiano para poder verlo. Para ello deberemos...

...recordar a Baudrillard
Que tan temprano como en 1977 nos propuso "olvidar a Foucault". Tal vez en efecto los análisis de éste sólo podían ser tan acertados porque trataban de una realidad ya pasada; porque la sociedad (neo)liberal había dejado de ser la nuestra. Esa es la idea de Baudrillard[4]: "Algo nos dice ... en esta escritura demasiado bella para ser verdadera que si es posible, por fin, hablar del poder ... con esa inteligencia definitiva y hasta en sus más delicadas metamorfosis, es que ... todo está desde ahora caduco...", es que "Foucault opera en los confines de una época ... en vías de desaparecer...". Y es que para Baudrillard estamos en el momento de la "simulación redoblada", también la del poder, en la que terminaría "el ciclo de la Revolución".
Foucault se equivocaría al hacer una ontología en la que el poder es una realidad primera, y no un simulacro, un efecto de seducción, y como tal reversible. Con la apelación metodológica al poder él pondría un término, un verdad "originaria", al proceso interminable de la interpretación. Y de ese modo "inmoviliza, neutraliza, el ataque a lo social", que es "espejo del Capital". Pero si hoy la sociedad es sólo capital, lo único posible contra éste es "desafiarlo", obligarlo a llegar a los últimos extremos, "encerrarlo" en sí tal como se da -"desafiante", "fascinante": fascista; simulado pero hegemónico-. Y es que el Poder, como Dios, cuando muere "de la superstición de sí mismo como substancia", escenifica una muerte "estética" -con trampa-, y de una estética "retro".
Por tanto -dirá más tarde[5]-, lo que se da ahora en el mundo occidental no respondería a la idea de poder, sino a la de "hegemonía". Pues ya se habrían destruido los vínculos sociales basados en la dominación: el esclavo emancipado habría interiorizado la posición del amo, liberándose de todo "poder" a la vez que se sometía al "orden" hegemónico mundial. En este mundo "unidimensional" las luchas se reducirían a simulación o se darían en el terreno de la simulación -como muestra el terrorismo, que es "un envite simbólico"-. Sin cabida en lo real, ya que "se nos concede todo, o se nos concederá", incluso la "liberación": para todo tendrían los técnicos una solución. No se podía hablar ya de "opresión" o de "alienación"; sólo de "tutela". Pero en ella todos los logros de la sociedad liberal se habrían confabulado para nuestra servidumbre, y la violencia revolucionaria se habría hecho imposible en esa "positividad total". Hoy sería el exceso de bien lo que produciría el mal, lo que nos llevaría a la catástrofe. Recordemos esto cuando nos preguntemos cómo debemos utilizar esta crisis.
Y sin embargo, cuando Baudrillard decía esto en 2005, ya sabía de la crisis, o al menos de la "burbuja" que necesariamente la produciría. Pues la economía había ya "saltado por encima de su sombra", el valor, como el poder lo había hecho por encima de la suya, la representación. Ya no había intercambio, como ya no había democracia, porque sus referencias han desaparecido en la especulación no respaldada por valores y en el espectáculo de unos políticos que a nadie representan -más que al dinero-: "carnavalización" del poder. Y precisamente el sistema funcionaría a partir de la aniquilación de lo real, de la cancelación de todas las cuentas.
Lo que no significa que Occidente no entregue nada al resto del mundo a cambio de sus crisis, su sumisión y sus ataques terroristas. Entregamos nuestros valores muertos, en "la indignidad, ... la obscenidad, la desublimación, ... la exhibición". Entregamos nuestra falta. Y con ello esperamos, el poder hegemónico espera, expropiar la riqueza simbólica del adversario. La postmodernidad y la democracia hace tiempo que se convirtieron en autoparodia. Ahora exigen la desaparición de toda convicción, de todo valor, en las otras culturas. Enorme poder de fascinación -de fascismo- de occidente: los "otros" responden parodiándonos, parodiando nuestros "valores" -¿serán eso las actuales "revoluciones árabes"?-.
Pero, además, los "otros", los que no han llegado a la "ultrarrealidad" de los países dominantes, ni siquiera a la realidad de la Historia, salen del espejo en que nos copiaban y nos reducen a su condición miserable anterior. Y, ahora que la realidad se ha agotado como cualquier otro recurso natural, en medio "nosotros", que desde tasas mínimas de realidad rudimentaria hemos querido y creído ocupar esa "ultrarealidad" hiperdesarrollada -postmodernos de derechas-, ahora reducidos otra vez a realidad primaria, a país pobre, a república bananera.
Pues creíamos estar viviendo bajo "un imperativo ilimitado" de liberación y goce, donde la crisis del sistema sólo podría venir de nuestra incapacidad para desear y necesitar más allá de nuestros límites provincianos. Pero ¿están saldadas todas las cuentas? ¿Es ya totalmente innecesario todo valor real? Ahora sabemos que tampoco Baudrillard había previsto todas las características de este momento de transición. Desde luego el sistema ha elegido como salida una huida hacia delante: al estallido de una "burbuja" responde siempre con la creación de otra mayor, ahora la inabarcable burbuja del "rescate" -e igual con las "burbujas" simbólicas-. Pero nadie puede sostener que eso pueda prolongarse al infinito: las consecuencias de la Deudocracia están ya ahogándonos, y en el terreno político la necesidad de una realidad tras las imágenes glamorosas del marketing también parece urgente.
Sin duda Baudrillard y otros han ido demasiado deprisa en su certificación de la defunción de la Historia[6]. Y ahora hay que decir que la desaparición de toda realidad es, no sólo entre nosotros, sino en gran parte de occidente, sólo una tendencia; que aún la faltarían tramos importantes de su camino para completarse. Completarse en un gran desequilibrio, que no se va a imponer mediante "la asunción de los Derechos Humanos", sino entre enormes convulsiones, con una gran violencia. Pues se cumplirá contra toda la población.

Conclusión: Liberal-fascismo, fascismo "postmoderno"
Resulta claro que en un escenario socio-político donde no se juega en torno al valor ni a la representación reales, el tan amado "Bienestar" tenía que desaparecer en el propio simulacro. Ahora sólo lo irrepresentable, el orden esclavista y la sobreexplotación inmisericorde, es representado por "nuestros representantes"; ahora sólo la coacción a los gobiernos para que entreguen en el pozo sin fondo de las acciones de las grandes compañias el dinero de los contribuyentes da valor a las empresas naufragantes; y sólo la miseria es repartida en esos salarios y esas pensiones huérfanos de valor real. Si, como Baudrillard dice, "la farsa, al repetirse, acaba siendo historia", ahora sólo lo irrepresentable es real: la violencia criminal con que la policía de los estados neoliberales reprime las protestas contra el hundimiento de la ficción democrática; la desesperada ruina del erario público no sostenible en deuda y entregado a los símbolos de pervivencia de una "economía" que es parodia de su función social e incluso individual.

Pero ¿"fascismo"? En todo caso es un nuevo tipo de fascismo; y sin embargo es también el mismo de siempre. Pues fascismo es el resultado de esta ruina. Estamos ante la repetición de una dinámica. El fascismo primitivo de los años 30 tuvo que maquillarse para poder aspirar de nuevo al poder tras la derrota de la segunda guerra mundial. Pero sólo eliminó su retórica inesencial y ya hace mucho que el programa de los neofascistas italianos, austríacos o franceses no es del todo nacionalista -sólo respecto a los emigrantes no estrictamente imprescindibles para las empresas- ni abiertamente dictatorial, sino de apoyo a una "dictablanda", una pseudodemocracia autoritaria y antisocial. Pero sus objetivos sociales y políticos son exactamente los que se impusieron, siempre contra sus declaraciones demagógicas de "bienestar y paz social" y de preponderancia de la pequeña empresa nativa, en el fascismo de los años 30[7]: dominio violento del gran capital y disminución de los derechos y el nivel de vida de los trabajadores; prohibición de la lucha de clases, y con ello censura rígida de los derechos de expresión, manifestación y huelga. Y en sus versiones cristianas, imposición del viejo moralismo patriarcal intransigente: "Agnus Dei qui tollis peccata minuta". Además intermitentemente se ha dado la colaboración de las fuerzas de seguridad con las brigadas del fascismo "folklórico": sus barbaridades han tenido entonces carta blanca. Y si el neofascismo se abstuvo de su retórica "socialista", que no había sido creída, y de la retórica nacionalista allí donde el impulso de conquista de la nación, aplastado por otras más fuertes, era ya una palabrería patética -así en España, Portugal o Italia-, no desapareció ese nacionalismo en aquellos países que tenían la fuerza para desarrollar una verdadera expansión territorial y económica -el mejor ejemplo tenían que proporcionarlo, cómo no, los USA, pero no olvidemos nunca a Alemania y su expansión hacia el este-.
Y es que es importante, para entender la coincidencia del neoliberalismo con el fascismo, no creer la literatura que éste difundió sobre su "preocupación social" -recordemos que en los sindicatos verticales los representantes de los trabajadores eran precisamente los empresarios-. Sin duda la "preocupación" en ambos es la de evitar la difusión de posiciones revolucionarias.
Pues ni siquiera los "socialistas" han tenido otra "preocupación. Nunca hemos vivido en occidente dentro de una lógica socialista; siempre se mantuvo la lógica del capital, con paliativos que no le eran esenciales -por eso ahora desaparecen-. Pero "conservadores" y "socialistas" no admiten que la nueva situación que ellos -como siempre de acuerdo en todo- nos preparan, pueda ser llamada "fascismo". Y no sólo ellos se defienden de tal acusación. Jean-Marie Le Pen, el líder de la extrema derecha francesa, repetía un argumento que debe hacernos pensar: "No tenemos nada de fascistas porque no tenemos nada de socialistas". ¿Entonces, no es fascista Le Pen? ¿No lo era Franco en la segunda etapa de su régimen? Ha habido, en los años 60 y 70, posiciones en la izquierda española que afirmaban tal cosa, diferenciándose de la actitud oficial del PC. No entraremos ahora en lo acertado o erróneo de tal posición, que era por varios motivos muy interesante.
Pero, sobre todo, aquello esencial en que coinciden el fascismo primitivo y el neoliberalismo es la invasión, la sustitución de lo social por lo económico: los seres humanos son tratados como si fueran, sólo, elementos de un proceso económico, generador de beneficios. Esa sustitución llevó en otras épocas a que pudieran ser empleados para fabricar jabón y lámparas de piel con sus cuerpos; ahora podríamos ser tratados de forma no mucho mejor por el poder.
Lo que lleva a una forma tan esencial al fascismo como lo anterior, y es que sumaba las tres formas de poder -el de soberanía, "democratizada" por la práctica de la denuncia; el disciplinario, y el biopoder de control de poblaciones- llevándolas a su extremo más violento, y con un fin de guerra en que el racismo definía el objetivo.
Esa concentración de poder, como sus resultados, la guerra total y el genocidio, parecían hoy erradicados. Pero ¿es hoy la opresión sólo simulada? ¿No sabemos qué estamos haciendo en el tercer mundo? Hemos visto que para el neoliberalismo es imprescindible la ocultación del carácter bélico de nuestra sociedad, de su "contraterror", que a través del dominio del bien nos lleva al mal absoluto. Pero hay que tener claro que "guerra", fascismo, es todo mecanismo, aún con rostro "pacífico", que impide que los expropiados de la riqueza o del poder conquisten lo que les falta; pues es evidente que si la democracia fuera real, lo harían.
Parece que el poder hubiera renunciado al derecho a matar. Pero hay, subterráneo en este sistema "protector" y como parte esencial, no sólo un "racismo blando" que expone a la muerte -y no sólo a la "muerte civil"- a aquellos que no pueden ser integrados en el sistema colectivo de "felicidad", sino también un "racismo duro" que la causa -la va a causar- directamente cuando el orden hegemónico se ve en peligro. Foucault señala que estos sistemas han utilizado ese "racismo" en la guerra, para exponer a la muerte a sus ciudadanos. ¿Puede esto identificarse con el principio de que hay necesidad de exterminar a los inferiores para que los individuos "sanos" puedan proliferar? ¿Sólo en los fascismos de los años 30 se aplicó la máxima de que "cuanto más hagas morir más, por eso, vivirás"? ¿Desconocemos lo que estamos haciendo en el tercer mundo? ¿Y en los márgenes de nuestras ciudades, en el cuarto mundo? El neoliberalismo es ya fascismo en su ideología de racismo socioeconómico: hay individuos superiores e inferiores, que merecen por sí el triunfo o el fracaso.
Y un último punto: el argumento defensivo de los liberales es que en estas sociedades no se aplican las tecnologías de desaparición contra los adversarios políticos. Pero ¿nos hemos creído que "conservadores" y "socialdemócratas" son verdaderamente adversarios entre sí? ¿Cómo se trata en esos regímenes a quienes exigen un cambio esencial del sistema socio-económico? ¿Les recuerdan algo  las palabras Baader-Meinhof? ¿O los GAL?
Y al movimiento del 15M, ¿cómo se nos va a tratar en los conflictos venideros?
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Pues todo nos lleva a pensar que esta situación sólo puede hallar salida en una revolución pacífica o en un neofascismo (mal) encubierto.
Aunque sin duda nuestras ideas sobre esta crisis están aún formándose. Pero no hay que temer que queden sin conclusión: los elementos y las razones de su madurez nos las va a dar el poder en los próximos meses. En este momento en que las direcciones de las derechas reaccionarias discuten cuántos muertos serían asumibles en la represión de las próximas protestas, nuestra cuestión será respondida por ellos, que nos indicarán cómo hay que luchar. Sabemos de momento que es necesario un enfrentamiento simbólico pero también, aún, político; un "intercambio imposible, imprevisible". ¿Sujetándonos siempre a unas normas basadas en lo universal? Pero no hay una universalidad no liberal. Y ¿qué importa lo universal? "Pese a... Kant… se ríe de esa ley universal… el corazón de los hombres también"[8].
Lo iremos "escribiendo". ¿En qué estilo? Parafraseando a Thomas de Quincey: "De la revolución, considerada como una de las bellas artes".


[1] Sobre esto ver Foucault, M.: Defender la sociedad, FCE, Buenos Aires, 2000.
[2] También esencial para este punto, Foucault, M: Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid 1992.
[3] Para este apartado, ver Foucault, M., Nacimiento de la biopolítica, Akal, Madrid, 2009.
[4] Acerca de esto, ver Baudrillard, J., Olvidar a Foucault, Pre-textos, Valencia, 1994, p. 73 y p. 10s.
[5] Recurriremos también a ideas expresadas en Baudrillard, J., La agonía del poder, Círculo de Bellas Artes, Madrid 2006.
[5] Ya con los atentados del 11S se vio que algún acontecimiento histórico era aún posible.
[6] Del que, desde luego, quedan restos no tan folklóricos ni tan testimoniales.
[7] Idem, p. 41.